miércoles, 29 de mayo de 2013

Sin salida

La luz me molesta para seguir durmiendo. Abro los ojos, y a lo primero, no percibo una imagen definida de donde estoy. Está claro que no estoy en mi casa. Todo es demasiado blanco. Me encuentro en una sencilla y pequeña habitación compuesta sólo por una cama. A mi izquierda tengo la ventana por la que entra la luz solar, con gruesos barrotes, enrobinados donde habían perdido la capa de pintura blanca. La ventana no se podía abrir, estaba cerrada herméticamente por una única pieza de recio cristal. A mi derecha veo la puerta entreabierta.

Varios días después consigo incorporarme y sacar ganas de explorar. No sé que hago aquí ni como he llegado, pero tengo que encontrar la salida. Antes de explorar el recinto, compruebo que las venas de mis brazos no han sido perforadas; por lo que debo tener cuidado con lo que como. Traspaso la puerta y salgo a un estrecho pasillo lleno de puertas iguales a la de mi habitación, lo que me hace suponer que detrás de ellas hay habitaciones como la mía. Antes de seguir andando, intento memorizar como volver a mi celda. Más pasillos y más puertas, observo los movimientos del personal.
Los días pasan y evito las benzodiacepinas, lo que me hace pensar con más claridad y recuperar mi fuerza física. El trato que recibimos los pacientes por parte de médicos y enfermeros es degradante, encontrando aquí algo en común; ya que estaban a cual peor. Intentando pasar desapercibida, voy sondeando lo que saben los otros internos, pero no es fácil hablar con ellos. En mi búsqueda de una puerta que diera, por lo menos, a unas escaleras hacia otra planta; una enfermera, una vieja amargada cincuentona, me cogió del brazo de forma agresiva y me arrastró hasta mi celda. Lo último que quiero es llamar la atención, así que no puse resistencia.
Sé que la pregunta es absurda, pero me preguntaba por qué nos chillaban y nos atemorizaban tanto. La pérdida de pasión por su trabajo puede ser una de las respuestas, sobre todo para esa vieja de pelo negro teñido. Me percaté de otro tipo que parecía buscar lo mismo, no quería hablar, pero estaba dispuesto a colaborar. El personal entraba y salía de esa planta, así que alguna salida habría. Me encuentro bien y el ansia de salir aumenta, por lo que esa noche me planteé encontrarla seriamente. Esos pijamas característicos no dejaron indiferente a esa vieja bruja. Nos escondimos debajo de una camilla que había en un pasillo. Mi compañero sudaba de terror, como si le hubiera llegado el fin. Todos los días nos pegaban, pero el dolor físico no me asustaba. Nos pilló, y con el puño cerrado me aporreó la frente. Me quedé aturdida.
La forma en que entró mi compañero en mi habitación me despertó. Me toqué la frente y la tenía realmente hinchada. Se escondió debajo de mi cama, pero su respiración era tan fuerte que pronto le delataría. Esa loca lo sacó arrastrando, lo estaba matando a palos. No pude dejar esa situación, quería vengarme de todas las veces que me había puesto la mano encima, sobre todo de ese chichón que me había hecho. Le cogí el cuello por detrás, apretándole a los lados de la tráquea. En pocos segundos se desmayó por la falta de riego sanguíneo al cerebro. Le dije a mi compañero que le diera el golpe final en la tráquea. Lo hizo, y en un acto reflejo, la vieja escupió, llenándole la cara de salpicaduras de sangre.

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