lunes, 21 de abril de 2014

El traje coral

       …alguien se ha llevado el maletín. Miro por encima de la gente y un hombre a paso ligero se dirige hacia su moto con el maletín en la mano. Está demasiado lejos para ver quien es. Salgo corriendo. Arranca y se va. Sigo corriendo por la carretera, ya casi no le veo. Ya no le veo, pero sigo corriendo…
       Nos han llamado a las oficinas centrales. Nunca hemos visto a nuestro jefe, tampoco lo veremos
hoy. Puede que nos asciendan a un puesto de inteligencia y dejemos el trabajo de calle. Nos recibe una mujer mayor, de unos 50 ó 60 años, vestida con un traje color coral. La falda le tapa las rodilla y la chaqueta tiene grandes solapas. El pelo corto y rubio.
       Muy educada y amablemente nos invita por unas escaleras de cristal reforzado hacia una planta superior. Mirando cada escalón me fijo en la agilidad con que maneja sus zapatos de tacón subiendo las escaleras. También veo a través y veo la gran altura que estamos cogiendo con cada peldaño. Así era el edificio, transparente y luminoso, como sacado de la ciencia-ficción: metal plateado y brillante con cristal. Cada vez que te agarrabas a la baranda dejabas la marca húmeda de tu mano.
       Una vez que nos pierde por el edificio nos asaltan unos agentes con armas de electrochoque. Consigo sujetarle el brazo antes de que me diera una descarga. Oigo muy de cerca los chispazos eléctricos del arma. Consigo despistarlo por un instante con un rodillazo en la boca del estómago, el cual aprovecho para pasarle la mano por detrás del cuello y tirarlo al suelo, para después freírlo con su propia arma. Incompetentes. El resto del equipo ha actuado de forma similar.
       En una estrategia de despiste me tiro de rodillas al suelo. Digo que no me puedo levantar, que me fallan las piernas. Dos hombres vienen a ayudarme, los mismos hijos de puta que podrían pegarnos un tiro, delatarnos o retenernos. El ser humano no es bueno ni malo, simplemente es, y es un egoísta. No se trata de bondad, es una oportunidad de convertirse en héroes por un momento, de conseguir fama y engordar su ego.
       Nadie hace nada si no es a cambio de algo. Ahora yo recibo mi favor, un cambio de maletines, me cambia el mío que está lleno de papeles por el suyo que lleva un revólver. Henry no ha tenido que pasar el control porque no trabaja aquí, es un cliente y el cliente siempre tiene la razón. Con mi numerito ha podido introducir un virus en el sistema informático.
       Los números en rojo del ascensor van disminuyendo, 6... tiene que ser un agente liquidable, alguien de la competencia que ha hablado mal de nosotros, 4... eso es lo que tengo que hacer, creer a los demás, 2... piensan que nos han pillado, pero en realidad sólo me han pillado a mí, 0... Se abre el ascensor. Planta baja, un amplio hall. Mientras nos acercamos a la salida, oigo con Efecto Doppler el estúpido programa de televisión que está viendo el imbécil del guardia.
       Se oye una mujer dando explicaciones a su hijo por haberlo dado en adopción. Fue madre adolescente y la echaron de casa. El guardia empieza a maldecir, como si fuera una locura lo que le hicieron a la pobre mujer. Entonces imagino mi cara en el televisor, en ese estúpido programa destripador de intimidades, dándole explicaciones a mi propio hijo. No sé qué cara ponerle a ese niño, pronto cumplirá 7 años. 7 años hace que me echaron de casa. Que un imbécil guardia de seguridad me dijo que no le iba a pagar nada a ese bastardo ni a la puta de su madre.
       Ahora me imagino en otro programa de televisión, en las noticias quizás, o en alguna tertulia mañanera donde psiquiatras forenses, psicólogos y altos cargos de la policía intenten crear una personalidad para tal maníaco asqueroso que acabó con la vida de un pobre hombre. Un sencillo guardia de seguridad que no se metía con nadie y tuvo la mala suerte de que un desalmado le clavara un tiro en toda la frente. Que hijo de puta es ese tipo, ¿verdad?

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