martes, 19 de noviembre de 2013

El arte de morir

-¿Qué tal el instituto hoy?
Sólo necesito ir al baño y asegurarme. Bueno, si mantengo la mirada baja puede que no se den cuenta. Refrescarme la cara será buena idea. Me subo la manga de mi camiseta y compruebo que el gran moratón de mi brazo todavía persiste después de meses. Fue un buen puñetazo, yo le di patadas, no sé como tendrá las piernas aquel hijo de puta.
El ánimo es más difícil de disimular. Es complicado hacer como si nada, esa nada es demasiado forzada. Normalmente tu silencio es sospechoso, pero tienes la cabeza dándole vueltas a lo que ha pasado y no puedes pensar en otra cosa. Intentas ser amable y no desahogarte con tu familia.
Allí estoy, separado ligeramente del grupo, en la esquina superior derecha, en la fila de atrás. Todos sonríen en esta foto de grupo menos yo. Creo que hubiera fingido una sonrisa si llego a saber que se notaba tanto. Parece que voy a llorar.


En ese momento, tendido en el suelo, sabía lo que estaba haciendo. Hace tiempo que perdí mi propia guerra, ahora sólo quería que el procesó químico de combustión que se originaba en mi organismo fuera utilizado por alguien. Que toda esa energía que se producía no fuera desperdiciada. Hay muchas personas que no pueden comer, yo no quería desperdiciar la comida que consumía.
Allí estaba, con la pierna izquierda llena de metralla, perdiendo sangre y entrando en shock. El aire apestaba a pólvora y a tejidos humanos quemados. Sé lo que estoy haciendo. Darle algo de sentido a mi vida, quizá. Recibir órdenes, ser una extensión de otra cabeza que piense por mi. Un pelele, quizá. Lo perdí todo, necesitaba una misión que yo ya no me podía dar. Pensaba en pararlo todo y morir.
Gritos agónicos de cuerpos mutilados. Gritos que cesan y otros que siguen. Tuve que olvidar muchas cosas, ahora olvido el dolor, no hay dolor. Quizás debería pedir ayuda en vez de concentrarme en el cielo azul. Allí arriba, donde está Dios. Dios se está riendo de todos los que creen en él. Quizás Dios se divierta con todo esto. Si siento dolor es que todavía sigo vivo.
Esto me hace sentir como un ángel de alas negras sirviendo en la guerra de Dios. Me hice soldado para no depender de nadie, para ser el más fuerte, para no temer a nadie. Pero parece que hay ángeles de alas blancas, neutrales, a los que no les importa porque luchabas, ni si eres de los buenos o de los malos. Te curan igual aunque desees matarlos.
Ojala esta bondad no fuera pagada. Ahí está, sentado a la altura de tu pierna, podría arrancarle la cabeza si quisiera. Esa cabeza supuestamente llena de conocimientos de medicina, donde guarda todos los recuerdos de lo que ha visto: una facultad de medicina, noches en vela en la recta final de exámenes, cadáveres de vagabundos diseccionados para clase de anatomía, chicas guapas en la misma facultad, primeras prácticas con presos…
Mientras este cabronazo vivía su vida de estudiante, con lo bueno y lo malo, con las clases a las 8 de la mañana y con las fiestas de los sábados, yo tuve que abandonar los estudios y empezar a trabajar. Empezar a trabajar en algo que no me gustaba. Empezar a trabajar en algo que mermaba mis capacidades y me transformaba en un enclenque paliducho con falta de vitamina D. Por eso le odio.


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